Volamos juntos... llegamos más lejos.
- SOPI

- 21 oct
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 26 oct
Por: Gabriel Lugo

En Puerto Rico somos una comunidad diversa, apasionada y profundamente comprometida con las aves. Cada quien, desde su orilla, aporta tiempo, energía y corazón para observarlas, documentarlas o protegerlas. Esa diversidad —entre fotógrafos, observadores, científicos, educadores, comunicadores y creadores de contenido— es precisamente lo que hace tan rica nuestra comunidad.
Hoy en día, las aves nos conectan a través de múltiples plataformas: desde las redes sociales donde compartimos fotos y experiencias, hasta los espacios académicos y comunitarios donde se generan investigaciones y proyectos de conservación. Cada una de esas expresiones tiene valor, y todas pueden complementarse si se orientan hacia un propósito común.
A lo largo de los años he visto cómo muchas iniciativas de conservación nacen del entusiasmo individual: una inquietud tras un avistamiento, una foto que inspira conciencia, una idea que busca proteger una especie. Esas semillas son valiosas, pero con frecuencia crecen mejor cuando se siembran en terreno fértil: el trabajo colectivo.
Cuando un proyecto se desarrolla dentro de una organización como SOPI, no solo gana estructura y continuidad, sino también respaldo, legitimidad y la fuerza de muchos hombros empujando en la misma dirección. Una organización permite que las ideas se conviertan en acciones sostenibles, que los esfuerzos no se dupliquen y que las aves —el verdadero centro de todo— sean las más beneficiadas.
El trabajo en conjunto abre puertas que a veces de manera individual permanecen cerradas: acceso a recursos, colaboraciones con otras entidades, programas educativos, o a bases de datos internacionales como eBird. Pero más allá de los recursos, lo que realmente se fortalece es el sentido de comunidad. Cada persona deja de trabajar “para sí” y pasa a trabajar “por todos”, sumando a una historia colectiva que lleva décadas construyéndose en favor de nuestras aves.
En un mundo donde los retos de la conservación son cada vez más complejos, la colaboración no es solo deseable: es necesaria. Ninguno de nosotros, por apasionado que sea, puede abarcarlo todo. Pero juntos, sí. Juntos podemos proteger hábitats, documentar especies, inspirar nuevas generaciones y asegurar que las aves de Puerto Rico —esas que tanto admiramos— sigan siendo parte viva de nuestro paisaje y nuestra identidad.
Fotógrafos, científicos, influencers, educadores y observadores tenemos distintos estilos y lenguajes, pero todos compartimos la misma meta: que las aves sigan volando libres. En lugar de ver esas diferencias como distancias, podemos verlas como distintas maneras de sumar. Cada lente, cada dato, cada historia aporta una mirada distinta al mismo vuelo.
Las aves no conocen fronteras, ni egos, ni bandos. Nos enseñan la belleza de moverse en conjunto, de volar en formación, de adaptarse y cooperar. Sigamos su ejemplo. Dejemos que nuestras diferencias se transformen en diversidad constructiva y que nuestro amor por las aves sea el punto de unión que siempre nos guíe.
La conservación no pertenece a una sola persona, ni a una organización, ni a un grupo. Pertenece a todos los que soñamos con un Puerto Rico donde las aves sigan encontrando refugio, alimento y libertad.
Trabajemos juntos, aprendamos unos de otros, y sigamos volando en la misma dirección.
Porque cuando volamos juntos, llegamos más lejos.






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